Como los gays salvamos la navidad

 Como los gays salvamos la navidad
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Entre paradoja y paranoia, la navidad es una vorágine de consumismo avanzado que absorbe a todo aquel que queda atrapado en sus redes. Es curioso que una de las fiestas católicas más extendidas por todo el mundo sea una excusa perfecta para que muchos gays quememos nuestras tarjetas de crédito de tanto utilizarlas. Pero ¿qué haríamos sin este oasis de consumismo que se produce en estas fechas? Total, una vez al año… No hace daño. Esta es la historia de como los gays salvamos la navidad cada año.

 

Cada diciembre es lo mismo -o lo aparenta- aunque seas ateo tendrás un gran número de compromisos debido a las celebraciones navideñas dictadas en su mayoría por el Vaticano. Comienzas a recibir llamadas de todos, los amigos, la madre, la hermana y hasta de tu suegra (¡puagg!). Todos preguntan lo mismo ¿con quién pasarás la Navidad? Entonces es cuando empieza la lotería, ya que el año pasado la gran fiesta de nochevieja la pasastes con tu suegra y sus vecinos del 5º (¡qué gracia inesperada!) y terminaste en el baño de alguna discoteca dejándolo todo perdido (poti-poti). Del amor de tu queridísima suegra, que te obligó a comer más marisco de lo que tú estómago podía ingerir. Y, cómo no, la clase magistral de civilización delante de sus vecinos, llegando a decir que no le faltaba mucho para llegar a ser una “mariliendre”. La suerte está echada.

Tendrás que encontrar un hueco para todos, compañeros de trabajo, las tías, los primos, los exnovios (todos con derecho a roce, sino para que los quieres), y los posibles ligues, deberán tener su espacio temporal. Pero lo más importante está por llegar, eso son… las compras. Hacemos un break para lanzarnos a ir de tiendas, tenemos justamente dos semanas para comprar regalos para todos, la lista puede ser interminable, depende de las ramificaciones de cada familia, los proyectos de novio, los amiguetes, y hasta la vecina de al lado que tan bien se porta contigo durante el año convertida quieras o no en la verdadera amiga fiel, que todo lo sabe y oye de ti (sobre todo a través de esas finas paredes del pisito de donde vives).

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Todo este sinvivir de estrés prenavideño es tan sólo una tragicomedia, una obra teatral que los gays hemos salvado durante años y años. ¿Qué no te lo crees? Simplemente pon en macha tu televisor y empieza a visionar los anuncios comerciales que aparecen en ella. Dos chicos que cruzan la mirada, superbien vestidos, morenazos, guapísimos. La imagen se intercala con su símil en femenino. Al final, chico con chico y chica con chica, un morreo gay y otro lésbico. Se trata de la campaña navideña de los relojes de la marca Dolce&Gabbana. O si preferimos, George Clooney presentado los cafés Nespresso (no, él no es gay, pero ¿a quién piensas que va dirigida la campaña? a las pijas de la zona bien de tu ciudad y a las mariquitas pijas que desean atiborrarte del buen cafe hecho con la cafetera de moda, ¡ja!). O, ¿cuántos perfumes se anunciarán con bellos especímenes?

 

¿Cuánto rollo gay hay en esas campañas navideñas en televisión, prensa, y vallas publicitarias? El cliché no es falso, y es que los gays somos los símbolos del buen gusto y del consumismo puro y duro. Algunos expertos en moda dicen que primero se prueban los productos en el mercado gay y a la siguiente temporada lo enchufan al mercado hetero, total a ellos lo de estar a la última ni lo aprecian ni lo entienden (hay que tener en cuenta que su prácticamente única lectura son los periódicos deportivos, ¿cómo se van a enterar de algo?). Aunque no todos tengamos el poderío económico de algunos ricachones, para estas fechas, todos tiramos de tarjeta de crédito hasta quemarla o de creditos express vía teléfono. Y de eso, la industria comercial no pasa. De hecho, las estrategias para inducirte al consumo se preparan muy anticipadamente con campañas muy sutiles para iniciarte en el “arte” del consumo.

La verdad, si nos paramos a pensar, todo esto es un poco una contradicción. Las Navidades no son más que una celebración de la Iglesia Católica, una festividad religiosa, y nosotros los gays nos estamos encargando de que esta celebración tenga éxito cada año. ¿Por qué lanzarnos en este estado casi catatónico de consumo y celebración irreflexiva en diciembre? Habría que plantarse y trasladarla a otras fechas. Por ejemplo sustiturir noche buena por el 28 de Junio, navidad que suele ser un día resacoso pasarlo a la post-party del orgullo y así el resto de festividades. Gastaríamos lo mismo pero en otras fechas y con tal de llevar la contra a la Iglesia…. cualquier cosa. ¿Quién se apunta?

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REFLEXIONES: ¿POR QUÉ SE ODIA LA NAVIDAD?

Los que van por el mundo diciendo que odian la navidad puede ser motivado por dos factores, siempre relacionados con su subconciente que les traiciona en los momentos de mayor debilidad. Por un lado están lo que van de tipos duros, esos que lo de echar una lagrimilla en Lo que el viento se llevó o en Ghost es sinónimo de blandengue. Por eso van por el mundo becerreando a voces “¡yo odio la navidad!”. Después están los que están solos, de cuerpo y alma, viven solos y la familia… sin comentarios. Esos no soportan estas fechas ya que les recuerda precisamente eso, su más horrible de sus fragilidades: estar solo en el mundo. Durante los once meses del año restante, se encuentran rodeados por esos pseudo amigos, pseudo colegas del trabajo y pseudo novietes que llegadas las fechas clave, desaparecen para estar con los suyos y tú: solo. Después están los que amargados por todo y que no aprecian nada escupen veneno de todo lo que hace feliz a los demás. Y para finalizar, están esos que no saben lo que quieren pero queda moderno decir “odio la navidad”, pero se pasaran los fines de semana comprando regalos y el arbolito navideño antes de que se agoten.
Resumiendo, quien no quiere celebrar la Navidad, pasa de ella, como el que pasa del 4 de Julio día de la independencia de los EE.UU. u otras fiesta, ya que ni le van ni le vienen. Quien afirma que odia la Navidad, desgraciadamente es quien más precisa de estar con alguien estas fechas y entre todos deberíamos ser algo más comprensibles con ellos. ¡Felices fiestas!

 

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