Garrulo, sí. ¿Qué pasa?

 Garrulo, sí. ¿Qué pasa?
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Modales un tanto toscos y básicos. Conversaciones que giran en torno a el «buga, el curro, el fúmbol o las titis». Un nuevo hombre invade la publicidad, los medios y nuestras películas más visionadas. Y no se trata de un hombre nuevo; su estética e idiosincrasia es tan antigua como el mundo. Si primero fue el metrosexual y más tarde el retrosexual, un paso más en la evolución , parece que devuelve nuestros gustos y fantasías a los inicios.

 

Durante muchos años, la tradición machista, imperante en la sociedad, ha relacionado todo lo afín al hecho homosexual con una serie de tópicos, a cual más recurrente, alrededor de la sensibilidad, el buen gusto, las pulcras maneras y un pretendido glamour. Por ello y pese a todas las leyes y normativas que perseguían nuestra manera de ser y de amar, acabamos adoptando el apelativo de gay, palabra francófona que no significa otra cosa que alegre.

Curioso contrasentido parecido al que hizo que a las prostitutas se las llamara, de forma coloquial, “chicas de vida alegre” (y ya me explicará usted donde está la alegría, sobre todo en tiempos pretéritos, en esta sufrida profesión).

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Años después, el aperturismo de las leyes y la sociedad, nos fue colocando en el lugar que nos correspondía, o sea, en cualquiera que nos pudiera apetecer y adaptarse a las aptitudes y carácter de cada uno.

Pero los tópicos son muy difíciles de borrar y popularmente seguimos cargando con el sambenito de pulcros, educados, sensibles, de finos modales y esmerado gusto. Pero los tiempos están cambiando y una nueva estética se ha colado entre las fisuras del pretendidamente glamoroso mundo gay.

Una estética que ha revolucionado nuestros patrones de belleza y que invade publicaciones, publicidad y cine, especialmente el X. Nos referimos a Los Garrulos.

 

¿DÓNDE?¿CUANDO? ¿COMO?

No se sabe a ciencia cierta, cuando esta estética, basada en una cultura y modales básicos, invadió los medios y el ambiente. Lo más probable es que estuviera siempre entre nosotros, tan solo de una manera latente, como dormida. Sería un gran error olvidar que grandes pensadores como Jean Genet o Pier Paolo Passolini, se sintieron, desde siempre atraídos por el aspecto sórdido de los barrios más populares, el ambiente carcelario o el movimiento obrero, que consideraban una inagotable cantera de individuos hermosos, masculinos y arrogantes, muy posiblemente tan cercanos al mito del “buen salvaje” como alejados de la realidad social y orígenes de estos artistas.

No hay que olvidar que los polos contrarios se atraen y resulta natural que alguien criado en la opulencia, un entorno cultural rico y dotado de un concepto de la estética exquisito, se sienta atraído por alguien que representa todo lo contrario. Qué le vamos a hacer; son las leyes del morbo. Y por supuesto, los medios lo han aprovechado. Atrás quedaron los niños bonitos y hetéreos o los hombres de negocios sofisticados que entretienen su ocio en el gimnasio.

Valga el ejemplo de la productora de cine X Triga, que se ha especializado en este tipo de producto e individuo. Casi todos sus filmes aparecen llenos de chicos jóvenes y un tanto básicos, ataviados en el más puro estilo hooligan, con pantalones y camisetas de su equipo favorito y con alguna bandera nacional o deportiva cubriendo la pared (inglesas o alemanas preferentemente). Incluso en algunas producciones, los actores hojean y se masturban con alguna revista hetero, lo cual no es impedimento para que acaben comiéndose los bajos uno a otro o realizando las más salvajes penetraciones. Se trata de filmes de presupuesto mínimo, sin diálogo, que no mudos y rodados en algún gimnasio casero o en un garaje.

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Al parecer, la mayoría de sus protagonistas no son profesionales y la productora expresa su predilección por los chicos heterosexuales, que según cuentan, ofrecen menos problemas a la hora de rodar que los gay (curioso ¿no?). Sea cual sea su tendencia sexual, parece que no tienen problemas cuando se les pide funcionar con otros hombres. Posiblemente, la compensación económica se convierte en un incentivo lo suficientemente excitante para mantenerlos en posición de presenten armas y realizar cualquier práctica que se les exija.

 

¿EXTRAÑOS ENTRE NOSOTROS?

Aunque las discotecas y afters, de los polígonos industriales, donde la música suena de manera inmisericorde, son su campo de acción, últimamente se les ve aventurándose por los bares de ambiente y algunas de las discotecas más o menos mixtas. Algunos, a primera hora y a cara descubierta, otros a altas horas de la madrugada y después de haber dejado a la novia en casa. Ha primera hora, puede hacerse el remolón, pero no nos engañemos; el garrulo visita el ambiente porque algo le pica y quiere que le rasquen. Tal vez, en principio balbucee frases como “a mi no me gustan los tíos, pero quiero probar” o “estoy tan borracho que hasta dejaría que me comieras la polla”. ¡No nos engañemos! No hay inocencia alguna en estas frases. Si las utiliza dirigiéndose a nosotros es que ya nos ha echado el ojo y no parará hasta meternos en el catre o en el lavabo de la sala, si va muy salido.

Ante estas propuestas tenemos dos opciones; arrugar la nariz y mantener una postura de señorita remilgada, con lo que acabaremos perdiendo nuestra oportunidad (el garrulo, como todo hijo de vecino, tiene una paciencia limitada) o dejarnos arrastrar por el torbellino de pasiones que despierta en nosotros. A los que elijan la segunda opción, les prometo que la experiencia valdrá la pena. El garrulo conserva esa pasión primigenia, esa espontaneidad, esa sexualidad animal, que la mayoría de nuestros amantes, más elegantes y cultivados, han perdido. El no está pendiente de su imagen en el espejo, ni es consciente de si la barriga le hace un pliegue así y asá, según la pose en la que se coloca. El garrulo disfruta, se entrega y deja llevar, verbalizándolo con frases del tipo “¡como te lo montas tío!” o “¡sigue así que me vas a matar de gusto, maricón!”. Tal vez alguno se haga el estrecho si le proponemos penetrarlo, pero solo hay que insistir un poco. Cuando está en tal estado de excitación, el garrulo no conoce el límite. Hay incluso casos en que, ante tan atrevida propuesta, el chaval se ha ofendido, propinando un puñetazo a su interlocutor, para luego, casi suplicarle que lo empale.

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Y es que estos chicos, no podemos negarlo, ejercen sobre nosotros un magnetismo, que radica en su autenticidad, virtud que muchos de nosotros hemos perdido. Y si Buñuel nos describió en un film “el discreto encanto de la burguesía”, nosotros somos bien libres de sentirnos fascinados por “el indiscreto encanto de las clases humildes”. Aunque, a la vista de que la moda es un monstruo que todo lo absorbe y asimila, no nos ha de extrañar que, tras ligar con algún machazo de aspecto garrulesco, nos demos cuenta que no se trata más que de un niño bien disfrazado. Y es que la fábula oriental del califa que se pasea por las calles disfrazado de mendigo, para ver como vive su pueblo, se ha hecho muy popular entre determinados miembros de la realeza (y seguro que más de un político ¡ojo avizor!)

 

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