EL VINO: en buena compañía
Llegan fiestas en que todos queremos lucirnos en la cocina agasajando a familiares y amigos.
Fiestas en las que posiblemente, seamos invitados a más de un ágape al que, por no ir con las manos vacías, acudiremos con alguna buena botella de vino. ¡Craso error!
Se supone que el invitado ignorará las características del menú que se le va a servir y cualquier plato, por muy elaborado y sabroso que resulte, puede convertirse en un desastre ante la elección de un vino desacertado para acompañarlo.
Por ello, no arruguemos la nariz si nuestro anfitrión, ante nuestro obsequio, guarda la botella de preciado caldo que le regalamos, para mejor ocasión y nos invita a acompañar sus platos con los vinos que el mismo ha elegido.
Han corrido litros de tinta sobre que platos casan con determinados vinos (muchas veces, encorsetadas por toda una serie de cortesías relacionadas con el gusto francés) y sobre que vinos se han de servir, para que vayan en armonía con cada plato del menú. Aunque los nuevos gastrónomos, particularmente los Catalanes optan por no encorsetar ni poner limitaciones a regar el plato con el vino que más nos plazca. No es lícito poner obstáculos al generoso acto de abrir una botella de buen vino.
Aún así, nos vemos obligados de informar sobre algunas observaciones fruto de la experiencia. Son estas:
Recomendamos los vinos blancos para el marisco. Este siempre conserva, y es parte de su sabor, un cierto regusto de agua de mar. El agua salobre afecta a los vinos tintos, dándoles un gusto parecido a la tinta. También el limón, con su acidez, apaga el sabor de los tintos. Así que, blancos para la ocasión.
Las ensaladas, con su aceite, vinagre, especias o mostaza, no suelen combinar bien con vino alguno, por lo que es recomendable, beber este antes, con el aperitivo: Un vino rancio seco, un cava brut nature…
Para acompañar verduras y legumbres como zanahorias, habas o guisantes, así como platos de aves con salsas donde predomina el dulce (pato con peras o naranjas), será ideal un blanco envejecido y generoso, hasta dulce.
A los grandes tintos les reservaremos acompañar a las carnes, los rustidos, los quesos y los embutidos. Y será nuestro gusto el que habrá de guiar la combinación de comida y bebida, basándose en dos grandes premisa: armonía y contraste. Por ejemplo, las salsas picantes, con su fuerte sabor, anularían el bouquet de un tinto y tal vez sería mejor, tal vez, ofrecerle la compañía de un blanco. Provocando el contraste por su suavidad.
En relación a el orden en que se han de servir los vinos, mantendremos la regla general que se ha de hacer de suave a fuerte, manteniendo una progresión. No existe problema en combinar en la misma comida un blanco y un tinto; primero degustaremos el blanco y en segundo lugar el tinto. Tampoco existe problema entre un tinto corriente y un gran tinto; empezaremos por el normal para acabar con el de gran clase. El problema nace cuando hay disputa entre diversos grandes vinos, ya sean blancos o tintos. Una solución, en estos casos, es empezar por el más joven, aunque esta es una norma con excepciones.