¡Estoy atacao!

 ¡Estoy atacao!
Comparte este contenido rápidamente en:

Algunas peor que otras -cierto- pero hay cosas que los gais no llevamos especialmente bien. Llevamos perfectamente bien el reparto de las tareas domésticas, somos absolutamente leales y honestos con nuestros verdaderos amigos, nos desvivimos por aquellos a los que queremos sinceramente y somos muy claritos porque nos encantan las cosas claritas. Pero otras cosas, como la gestión de nuestras emociones, a veces nos traen por la calle de la amargura. El encuentro con uno mismo, a veces, se agiliza con un mapa. Te invito a recorrerlo.

 

Gestión emocional y afrontamiento de problemas.

La gestión emocional es la habilidad que tenemos para reducir la intensidad de nuestras emociones y/o transformarlas en emociones distintas. Por ejemplo, aparece un problema inesperado en la oficina (un informe erróneo) y nos surge una emoción como, por ejemplo, la ansiedad. A partir de aquí o bien hacemos algo para reducirla (respiramos profundamente) o hacemos algo para convertirla en otra emoción distinta como puede ser el interés (recabando datos y aprovechando nuestro nivel de activación para ser efectivos en la búsqueda de soluciones).

Publicidad

Sin embargo, lejos de ser un proceso sencillo, la gestión emocional es bastante complicada y para nosotros –los hombres gais- puede hacerse más difícil debido a que hemos vivido situaciones que nos han marcado en momentos en los que éramos emocionalmente vulnerables. Naturalmente que estas “mochilas” se pueden superar y dejar resueltas por completo (si no, de qué iba yo a estar ahora haciéndome el chulito sobre aprender a gestionar nuestras emociones, jeje).

Para seguir correctamente el resto del artículo, debes tener presente el diagrama sobre gestión emocional y adicciones de proceso que acompaña a este texto. Es muy importante que lo tengas presente ¡e incluso que lo memorices!

Clásicamente, en psicología, se dice que existen tres formas de afrontar los problemas: 1) evitarlos, el “no-afrontamiento” es un tipo de afrontamiento 2) afrontar el problema “cogiendo el toro por los cuernos”, buscando soluciones y 3) afrontando las emociones que el problema te provoca. Si, por ejemplo, tuvieses un problema familiar podrías 1) olvidarte de ello volcándote en tu trabajo, 2) podrías solucionarlo hablando lo que debas hablar con tus familiares o 3) podrías tratar de hacer algo para manejar la ansiedad que te provoca estar a malas con tu familia.

Este esquema tan básico puede complicarse un poco cuando te toca vivir una vida “extraordinaria” (o no-estándar). Hay vidas –como muchas de las nuestras- que parecen un gran salto al vacío, te arriesgas tanto que es mejor contar con alguien que te guíe antes de que te estrelles.

Atacao-2

De cuando aprendimos a sentirnos indefensos.

Hay un estado psicológico, al que llamamos indefensión aprendida, que  se caracteriza por la sensación de que uno está indefenso ante la vida, que no tiene control sobre nada de lo que ocurre y que, por tanto, nada de lo que haga servirá para solucionar los problemas que le acechan. Aunque suene exagerado, en muchos gais es fácil que se desarrolle este estado de indefensión aprendida que, entre otras cosas, nos hace proclives a estados de humor depresivos y a estar a la defensiva (estamos siempre “`preparados para lo peor”). Como ya he comentado en artículos anteriores (“Homofobia interiorizada”, “Ligado a ti” o “Por favor, cortéjame”) los gais vivimos situaciones verdaderamente ansiógenas en momentos demasiado tempranos de nuestra vida con lo que es fácil terminar desarrollando el esquema metal de que el mundo es un lugar amenazador y dentro del cual, hagamos lo que hagamos, siempre se nos “acabará notando que soy maricón y alguien vendrá a insultarme por ello” (recuerda el colegio… ¡o la oficina!).

Publicidad

Aparte de lo ya mencionado sobre que la indefensión aprendida nos da puntos para desarrollar una depresión, hay otro efecto perverso en este estado: incorporas la creencia de que, hagas lo que hagas, no podrás solucionar tus problemas así que, ¿para qué intentarlo siquiera si, ¡total!, no hay nada que hacer y -más tarde o más temprano vendrá alguien a joderme la vida? Si vas al diagrama sobre la gestión emocional, verás que la vía de la solución de problemas está tachada y marcada con un “indefensión aprendida”. Si hemos interiorizado la convicción semiconsciente de que no podemos hacer nada para solucionar nuestros problemas ni siquiera lo intentaremos y, de este modo, la única vía que nos queda disponible para afrontar los problemas es a través de la gestión de la emoción. No pienses que esto de la indefensión aprendida es una cuestión de “todo o nada” (en el ser humano todo es siempre una cuestión de matices, de grados). Puedes tener un cierto nivel de indefensión aprendida que se refleje, por ejemplo, en tu nivel de inseguridad. Ser inseguro puede tener que ver con haber interiorizado el esquema mental de que uno no será eficaz solucionando problemas y eso es un modo de verse indefenso a uno mismo.

¡A por las emociones!

Entender porqué solemos recurrir a la vía de la solución emocional, nos ayuda a situarnos ante nosotros mismos. A menudo creemos que nuestro problema es que estamos enganchados al sexo y no se nos ocurriría pensar que eso guarda relación con nuestra percepción de autoeficacia. Es más probable que acudamos al topicazo del “soy un obseso sexual” que no al análisis más profundo sobre nuestros estilos de afrontamiento por lo cual nos quedamos a medias en la terapia: pretendemos centrarnos en controlar nuestros impulsos o mantenernos abstinentes cuando lo necesario es un enfoque amplio donde, además, se potencie la percepción de logro.

De cualquier manera, antes de nada, debemos saber qué sucede con el modo en que gestionamos nuestras emociones. Si vuelves al diagrama verás que hay dos rutas para cuando intentamos relajarnos: la más accesible (o más inmediata) y la menos accesible (o menos inmediata). Existen muchas maneras de buscar la relajación pero no todas son iguales en lo fáciles de acceder a ellas ni en la pericia necesaria en su práctica para que podamos notar su efecto. Hay estrategias para relajarse que necesitan práctica de varios meses antes de que funcionen. Cuando funcionan lo hacen mejor que ninguna otra y, de hecho, vives muchísimo más relajado cada minuto de tu vida pero necesitas un cierto tiempo de práctica. La primera vez que vas al gimnasio vuelves con todo el cuerpo dolorido, la primera vez que te sientas en el cojín de meditación no paras de pensar en los problemas que has tenido a lo largo del día. Y lo mismo ocurre la segunda vez que lo haces. Y la tercera, la cuarta… Necesitas mucha disciplina para seguir intentando algo que -aparentemente- no funciona. Sólo cuando llevas meses yendo al gimnasio o al centro de meditación, empiezas a notar que el cuerpo te lo pide y que, en general, estás mucho más relajado y te tomas la vida con más tranquilidad que meses atrás. Pero llegar hasta aquí no es frecuente y los abandonos son habituales. A veces no es una cuestión de práctica sino de disponibilidad como en el caso del apoyo social. Tener buenos amigos o familiares con los que hablar de tus problemas (y de los suyos) es lo mejor que le puede pasar a la salud psicoemocional de una persona. Sin embargo, lleva su tiempo hacerse una red de amigos (especialmente si te has mudado de ciudad y eres nuevo aquí) y, no nos olvidemos, no siempre están disponibles. A menudo todos tenemos nuestros horarios, nuestros compromisos, etc. y no siempre se puede llamar a alguien a las tres de la madrugada para contarle algo que nos ha quitado el sueño.

Publicidad

Por el contrario, hay otras estrategias que son muy accesibles y su efecto es inmediato: drogas (alcohol, tabaco, coca, etc.), sexo (chats, cruising), comida (bulimia), compras compulsivas (en establecimientos o a través de Internet) o las figuras simbólicas (para muchos, tener pareja -aunque sea enganchándose al primero que pasa- es una manera de afrontar su ansiedad y sentirse más seguro). El efecto de estas estrategias de afrontamiento es inmediato y efectivo pero, a medio o largo plazo, generan problemas. Éstos son las situaciones que algunos psicólogos especializados en gais (Downs, 2005[1]) denominan “adicciones de proceso”.

¡Adictos al proceso!

Una adicción de proceso es una situación circular en la cual aquello que utilizas para reducir tu ansiedad se termina convirtiendo en la misma fuente de tu ansiedad estableciéndose un círculo que no se rompe hasta que no aparece una crisis importante. Lo explico con un ejemplo: me siento estresado. Estoy estresado y, uno de estos días, salgo de la oficina y paso con mi coche cerca de una zona de cruising. Pienso “Ey, igual si echo un polvete, me relajo…” entro, ligo, follo y me vuelvo a casa relajadito, relajadito. El sexo es genial para aliviar tensiones y, de hecho, muchos hombres usamos (tú también) la masturbación como método para relajarnos, inducirnos al sueño, etc. Bien, puede que al día siguiente no, ni siquiera a la semana venidera pero -algún día que vuelva a estar estresado- pasaré de nuevo por la zona de cruising a echar otro polvete y salir relajado. Y otro día… y otro… y otro… hasta que, pasado un tiempo, cada vez que esté mínimamente nervioso, acudiré a una zona de cruising a tener sexo anónimo y salir relajadito de entre la maleza.

¿Y donde está la pega? Bueno, en este caso imagina que te diagnostican una ITS o que empiezas a sentirte mal contigo mismo porque dedicas tanto tiempo al sexo anónimo que nunca destinas tiempo a conocer hombres en profundidad con los que tener una relación que merezca la pena. En este caso, empiezan a aparecer los problemas que te hacen estar más nervioso. Imagina que la ansiedad que te llevó a buscar alivio en el sexo anónimo venía originada por que no asumes muy bien tu homosexualidad y todo este ir y venir de desconocidos sin profundidad ninguna te refuerza tu creencia distorsionada de que “ésta es la profunda soledad que nos espera a los gais”. Imagina que no es el sexo sino las drogas la estrategia que has empleado: te despiertas resacoso, te gastas un dineral en coca, empiezas a notar que te está afectando a la mente y que tienes unos cambios de humor terribles. Empiezan los problemas a medio/largo plazo de los que antes te hablaba. Ahora empiezas a sentirse ansioso por el hecho de saber que necesitas sexo (o droga) para afrontar tu ansiedad. Cuanto más tratas de resistirte a tener sexo o drogarte, más nervioso te pones y más lo necesitas. Llega un punto en que no puedes más y “caes”, o incluso buscas una excusa (“¡es que tuve la bronca del año con mi jefe!”) para justificar que has empleado una vía que no querías emplear. Y, una vez hecho, te sientes aún peor de que así haya sido. ¡Y vuelta a empezar! Estás en una adicción de proceso (o en una “conducta autodestructiva” según la pseudopsicología), ¿cómo sales de ella?

Publicidad

Una hostia contra ti mismo.

Imagina que la ITS que te diagnostican no es cualquiera, sino el VIH. O que te pules todo tu dinero y el de la tarjeta de crédito a día 10. O que tienes un accidente de tránsito por conducir borracho. O que tus amigos no quieren volver a verte. O que tu novio te deja porque no soporta más tu estilo de vida. ¿Qué sucede? Habitualmente, hasta que no sucede un evento serio, no se desencadena la crisis que rompe el círculo. Reconozco que, como noticia, es un poco perra y casi suena a consuelo de tontos. De hecho, cuando le he dicho a algún paciente “bueno, pero entrar en crisis es lo mejor que te podía pasar para ser consciente de esta situación circular” me ha mirado con cara de “encima me dice que es bueno, ¿sera hijoputa? ¡Con lo que estoy pasando!”… sin embargo es la única verdad: si no entras en crisis no se desencadenarán unas emociones tan intensas como ésas que necesitas para estar verdaderamente motivado hacia el cambio más profundo, un cambio de raíz. Recuerda lo que hemos hablado en otras ocasiones: vivimos por inercia hasta que una fuerza potente nos obliga a detenernos y replantearnos nuestra trayectoria. Es el momento en que te preguntas “¿es hacia allí hacia donde quiero ir?” es el momento en que tomas el control sobre tu vida. El momento en que tu vida puede comenzar a pertenecerte.

 

Desatácandote.

No te venderé una moto: el proceso no es fácil y deberás poner mucho de tu parte. Tienes la opción de elegir si quieres hacer el esfuerzo y reunir toda tu disciplina para cambiar cosas… o no. Tampoco te sientas por encima del bien y del mal, a menudo los que están “de vuelta de todo” son los que peores ajustes emocionales tienen. Ser un adulto experimentado no te convierte en un soberbio que sabe más “sobre el mundo y lo humano” que los demás sino en alguien más cercano y empático: la vida nos da bofetadas de humildad a cada rato. Si antes has hecho terapia y todo sigue igual o peor sólo puede deberse a dos razones: o el psicólogo era malo o el mal paciente eras tú, así de claro. Pero las cosas que funcionan, si se hacen bien, dan buenos resultados. Y esto es, también, así de claro.

Publicidad

Si de verdad quieres cambiar cosas comienza por reconocer lo que eres: un ser humano con sus potencialidades y sus vulnerabilidades. Alguien que, como todos, necesita sentirse querido y arropado, alguien a quien le encantaría tener a quien amar, alguien a quien le encantaría sentir que sus amigos siempre estarán ahí cuando los necesite. Bueno, puede que tu “vida diferente” te haya hecho vivir muchos duelos y pérdidas pero hay algo increíblemente maravilloso en cada uno de nosotros: la capacidad de comenzar de nuevo (¿has visto “Begginers”?). Si de verdad lo quieres, nada te impide encontrar nuevos amigos. Quizá estaría bien dejar de buscarlos en las saunas y empezar a hacerlo en los clubes online de solteros, o en los bailes que se organizan algunos domingos por las tardes, o en clases de salsa para gais, o en las asociaciones deportivas LGTB, o como voluntario en las asociaciones de lucha contra el VIH, u organizando una cena en casa para que los amigos traigan a amigos nuevos. Date una oportunidad pero dátela en serio.

Para romper una adicción de proceso 1) acude a un psicólogo que te ayude en todo este tránsito, 2) comienza recuperando la confianza en tu propia eficacia: sabes resolver problemas, has sido capaz de solucionar cosas, eres eficaz, recopila tus éxitos y no te fijes en tus fracasos más de lo que te fijas en las cosas que has hecho bien. Adquiere nuevas habilidades, aprende cosas, ponte metas accesibles y disfruta de los logros que realices. Piensa “a lo ancho”: no estás aprendiendo a tocar la guitarra, estás empezando a ser capaz de regalar tus propias canciones a tus amigos. Disfruta de descubrirte de nuevo, de lo que eres capaz. 3) potencia la vía eficaz (pero menos accesible) del control de tus emociones. Ve sistemáticamente al gimnasio, acude sí o sí al centro de meditación, dedica tiempo a tus amigos, haz nuevas amistades, pasea o sal de excursión cada fin de semana, desarrolla un hobby. Plantéatelo como un proyecto a largo plazo, ten disciplina y prohíbete abandonar antes de pasados tres meses de práctica. Mantente firme en tu propósito. 4) no soy nada partidario de abstinencias radicales excepto en casos extremos. Aunque, en el caso de las drogas más duras, opino de manera diferente: nada que altere tu química cerebral es bueno ni siquiera en dosis pequeñas. Por lo demás, no hay nada malo en tener sexo pero sí en que no tengas vida más allá del sexo. Y no por el sexo ¡sino porque no tienes vida! Según el DSM-IV[2] no podemos hablar de adicción cuando nos referimos a una conducta a no ser que la persona sufra un malestar profundo a causa de esa conducta o a no ser que esa conducta le impida a la persona tener una vida social y/o laboral adecuadas porque la conducta le roba tanto tiempo que repercute en su rendimiento laboral o en sus relaciones sociales. Es decir que, mientras tengas una vida funcional, nada impide que tengas sexo (mucho y bueno) o que te tomes una copitas con los amigos o que salgas de rebajas o que te zampes unos cup-cakes.

Publicidad

La mitad de la felicidad es la ausencia de preocupaciones innecesarias. Y no hay preocupación más innecesaria que la que nos hemos creado nosotros mismos al huir de nuestras emociones. Nuestra vida como hombres homosexuales no venía con manual de instrucciones ni tuvimos cerca a nadie que nos enseñase a vivirla dignamente. La ausencia de referentes constructivos tiene parte de la culpa. Pero tú, y yo, y él, y todos, somos capaces de repensarnos y de darnos cuenta de que no vamos por donde queríamos ir. Que hay otro modo de vivir nuestra vida y otro modo de gestionar nuestras emociones y de comportarnos como adultos responsables y consecuentes. Recuerda bien esto: eres lo único que -con toda certeza- vas a tener hasta el último día de tu vida, así que vívela sintiéndote orgulloso del hombre en que te has convertido. ¡Y cuenta conmig



[1] Downs, A. (2005). “The Velvet Rage”. Perseus Books. Cambridge.

[2]  Diagnostical and Statisticall Manual, el referente para psicólogos y psiquiatras sobre cuáles son los criterios para diagnosticar un trastorno.

Post relacionados: