Adictos virtuales: Atrapados en las redes sociales

 Adictos virtuales: Atrapados en las redes sociales
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Hace muchísimos años dieron una película por televisión. Yo era muy pequeño y no recuerdo ni el título ni los actores pero sí recuerdo el final: la hermana de la protagonista había pasado todo el film alucinada por las cartas de amor que Cary Grant le escribía a su hermana. Al final se termina descubriendo que había sido ella misma, la protagonista, quien se las había estado escribiendo durante años. El mensaje no era tanto sobre el hecho de que una pobre chica de pueblo se inventase admiradores y alimentase una leyenda, sino sobre la candidez de una hermana que se cree un embuste sin dudarlo jamás. De eso quiero que hablemos tú y yo hoy: de nuestras vidas virtuales y de cuando nos creemos que son más reales que nuestra vida real.

 

Por: Gabriel J. Martín, psicólogo de la Coordinadora Gai-Lesbiana y de Gais Positius

 

Las redes sociales no son un problema. En el fondo, todo lo que tiene que ver con lo 2.0 y las redes sociales, han puesto de relieve la necesidad que tenemos los seres humanos de comunicarnos unos con otros. Han surgido conceptos nuevos como el de “extimidad” (la exposición de lo que se consideraba íntimo) y el de “prosumidores” (los que producen contenidos en las redes sociales y, a la vez, los consumen) que nos vienen a recordar algo que se nos había olvidado: la intimidad fue una invención de la era industrial. De siempre hemos vivido en pueblos donde todos se conocían y dentro de casas donde convivían varias generaciones (padres, hijos, abuelos, hermanos, etc.). Nunca nadie tuvo aquello que se llamó “intimidad”. De hecho nuestra especie es una especie hipersocial y hemos llegado a donde hemos llegado gracias a que cooperamos entre nosotros: no somos fuertes, no somos veloces, no tenemos garras ni grandes colmillos pero nuestra interacción social ha enriquecido nuestros cerebros y nos ha hecho ser capaces de matar mamuts (grupalmente) en un plis. Las ciudades nos llevan al anonimato mientras nosotros deseamos que todos nos conozcan (y vamos a Gran Hermano para ello). Vivimos en la necesidad de encontrar el equilibrio entre el “que nadie se entrometa en mis asuntos” y el “necesito saber que les importo a los demás”. Y ahí entra nuestra vida virtual porque le interesas (supuestamente) a otros y puedes desconectarte cuando quieras (también supuestamente).

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Vida virtual, vida presencial…
Las redes sociales, primero en los ordenadores y luego en lo móviles, han sido una auténtica revolución. No sólo hemos tenido la capacidad de generar una vida virtual sino que –además- la podemos llevar en nuestra mano. Eso es un mundo de ventajas pero, no me cabe duda, también de distracciones. En nuestra vida virtual tenemos de todo: una red social mediante la cual estamos en contacto directo con amigos y conocidos a golpe de “me gusta”, una red que nos actualiza la información mediante tuiteos en tiempo real, redes de contactos profesionales… y redes de folleteo donde encontrar desde lo más “vainilla” hasta lo más hardcore. ¡Todo al alcance de un dedo!
Para no “en-redarte”, lo mejor es que sepas siempre muy bien por qué quieres tener una vida virtual y ello estará en dependencia de cómo esté tu vida presencial (“vida presencial” es tu vida no virtual… tu vida real). En la mayoría de las personas equilibradas, la vida virtual funciona como una ampliación de su vida presencial. Actualmente, todos necesitamos manejar una serie de contactos profesionales (LinkedIn), nos va bien tener otras vías para conocer hombres (el Grindr, el U4Bear, etc.), es cómodo tener todos los amigos conectados (Facebook) o estar al día de todo lo que sucede (Twitter). En todos los sentidos es una especie de escaparate al mundo desde el que observamos a los demás y desde dónde nos observan. Exponemos lo que queremos que vean (desde el currículo hasta el culo) y gestionamos nuestros contactos profesionales, sociales o sexuales por aquí. Necesitamos dedicarles un cierto tiempo para crearlo (mi descripción, mi mejor foto, mis gustos, mi experiencia, etc.) así como para mantenerlo (revisar mensajes, actualizar contenidos) pero es sólo un complemento. Se siguen haciendo amigos saliendo a tomar unas cañas, se visita a la familia los fines de semana y si aquel hombre tan guapo del final del bar te sonríe, igual os acostáis esta noche.

Virtualadicción.
En ocasiones sucede que en tu vida presencial faltan cosas y, de alguna manera, no te ves capaz de conseguirlas al estilo estándar. Entras a tu vida virtual para encontrar aquello que no encuentras en tu vida real. Entras en un mundo donde todo es como a ti te gustaría… porque es un producto de tu imaginación. De repente, abres el Scruff o el “Bear” y te encuentras rodeado de hombres guapos, simpáticos, musculados. Algunos te miran con actitudes claramente incitadoras… te están diciendo “ven conmigo… ven y verás”. Te enseñan detalles de su cuerpo muy, muy de cerca y te proponen todo tipo de guarrerías maravillosas. Haces un “buscar” y los encuentras por docenas de esa edad que te gusta, con ese cuerpo que te gusta, con esas fantasías que quieres hacer realidad… y a menos de media hora de tu casa. El problema es cuando vuelves a la realidad, cuando el enorme catálogo de chulazos se acaba reduciendo a uno o dos que te hacen caso. El problema es cuando te das cuenta que, a la que queráis veros en “el mundo real”, las cosas seguirán siendo como siempre lo habían sido en esa vida presencial tuya que olvidas cuando abres el Adam4Adam. El rasgo clave es el desencanto: desencanto en tu vida presencial, desencanto cuando las relaciones virtuales no llegan a ningún sitio, desencanto siempre. Desencanto porque la vida virtual parece mucho más interesante que tu vida presencial.

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Virtualadicts.
Es fácil saber cuándo estás enganchado a tu vida virtual: apenas escuchas a tus amigos decirte: “joder, tío, ¡estás todo el puto día mirando el Gayzer de los cojones!”. Todos admitimos que el amigo se mire el móvil de vez en cuando pero si estás en una conversación y tu interlocutor se dedica a asentir con la cabeza mientras desliza los dedos por la pantalla y va mirando fotos, es normal que te cabrees con él. Así que ya tienes la primera señal: estás más pendiente de tu vida virtual que de la presencial y ello no es fruto de la novedad (acabas de comprarte el teléfono y descargaste las apps ayer) ni debido a que sea algo prioritario (que tu hermana esté de viaje en coche y te vaya enviando mensajes diciéndote que el trayecto va bien). Ésta es otra de las señales del problema: dedicas un tiempo excesivo a temas no prioritarios. Si eres diseñador y tus clientes te contactan online, es lógico que lleves encima el móvil para estar pendiente de si te entra un encargo (y más con la situación económica que tenemos encima). Es prioritario trabajar (sin llegar a ser un workaholic), son prioritarias la pareja y la familia (especialmente si tu hijo se ha ido por primera vez de acampada y estás pendiente de los whatsapp que te envía). Pero, aparte de lo anterior, de la salud y de los amigos, pocas cosas prioritarias más hay. El sexo no es prioritario, rebatir un comentario sobre una noticia no es prioritario (a no ser que seas periodista, entonces es trabajo). Si no eres capaz de dar a las cosas la dimensión que tienen, igual hay un problema de por medio. En este sentido de “cosas que no controlamos”, la vida virtual igualmente puede ser la forma de conseguir el sexo con el que alivias tu tensión emocional y eso, como ya comenté en el artículo anterior (“¡Estoy atacao!”), es un problema que conviene mirarse.
Así, otro indicador (aunque relacionado) es que te tomas las cosas de tu vida virtual mucho más a pecho de lo que realmente es pertinente, sobredimensionas tu vida virtual. ¡Lo que sucede allí no son cuestiones de vida o muerte! ¿Qué más da que fulano te lleve la contraria? ¿Qué más da que el otro cuelgue fotos haciendo el gilipollas o comente las tuyas con chorradas? ¿Qué más da que fulano no te conteste cuando le envías un mensaje? ¡No es la vida real, maricón, es todo una quimera! Y no se trata de un tema de modales, aquí no estamos hablando de las normas de etiqueta en las salas de chat sino de tomarse en serio cosas que sus propios promotores no se las han tomado en serio. Piénsalo: si alguien se hubiese tomado en serio “…conocerte porque me pareces un chico muy majo con el que merecería la pena tener algo…”, se habría dado patadas en el culo para correr a buscarte e invitarte a salir. Si no te llama es porque (¿quién te lo diría leyendo sus correos?) no le interesas realmente. Y es así de sencillo. La gente real, con las motivaciones reales y los actos reales, están en el mundo real.
Por último, otro indicador importante es el emocional: te sientes intranquilo si no te conectas. Es como si te faltase algo, se te van las manos al teléfono, o los ojos a la pantalla del ordenador. Es como si no estuvieras haciendo lo que deberías estar haciendo. Y, solamente conectarte, te saca de este estado. Llegados a este nivel, probablemente estemos hablando ya de una situación de adicción.
Antes de terminar, quiero especificar sobre una especie de subtipo de virtualadict extremo. Se trata de las personas que no tiene apenas vida presencial (o son exageradamente asociales en ella) pero que desarrollan una actividad frenética en su vida virtual: tienen cuentas en todas las redes sociales, participan de todos los foros, se enzarzan en discusiones de cientos de comentarios. Son personas que suelen carecer de habilidades sociales, habitualmente con un estilo comunicativo pasivo en su vida presencial, caracterizado por permitir los avasallamientos sin ser capaz de ofrecer resistencia ni asertividad con ataques injustificados y repentinos de ira. Muchos son fóbicos sociales y alguno que otro es medio psicópata (las cosas como son y, todos ellos, han encontrado en las redes sociales una vía fantástica para poder relacionarse sin tener que sobreponerse a sus carencias en comunicación interpersonal. Suelen ser muy poco empáticos y, a menudo, sesgan (malinterpretan) la información. Todo lo anterior tiene la salvedad, naturalmente, que este desequilibrio no responda a un condicionante insalvable como la de que la persona tenga un problema de movilidad (es parapléjico) y su vida presencial ya esté limitada de por sí. En este último caso la vida virtual, por mucho que supere a su vida presencial, sigue siendo una ampliación no un problema a solucionar.

¡Escapa!
Bueno, supongamos que tomas la decisión de equilibrar la balanza entre tu vida virtual y tu vida presencial, algunos consejillos nunca vienen mal:
Auséntate durante algunos días de tus redes sociales, de los perfiles y de todo aquello que no sea la calle, la gente y el aire abierto. No mires el correo, no mires nada que no sea la tele o la pantalla del cine o el plato de paella. Aunque sólo sea un fin de semana, ¡auséntate! Hazlo y date cuenta de que el mundo sigue exactamente igual, que no te has perdido nada y que las conversaciones se retoman sin necesidad de que consagres todo tu tiempo a estar pendiente de ellas.
Define las funciones y ámbitos de tu vida virtual, cada cosa sirve para lo que sirve: los apps de ligue sirven para tener sexo anónimo, no para hacer amigos. El Facebook sirve para saber qué piensan tus amigos de las noticias no para estar informado. El Twitter es un gran foro donde todo el mundo habla pero no donde todo el mundo tiene razón y por tanto no es una fuente de conocimiento. Si quieres amigos, están en la calle. Si quieres información léete los periódicos. Si quieres datos, busca en la enciclopedia. Y así con todo. Pero no te equivoques.
A veces la vida virtual es la única forma de ampliar tu vida presencial. Desde un Barcelona o un Madrid es fácil aconsejar “cariño, los amigos se hacen en la calle, no en los chats” pero no es fácil en absoluto si estás viviendo en una ciudad de provincias o en un pueblecito y yo me pongo en tu lugar. En estas circunstancias lo más probable es que tu mundo virtual sea todo el mundo gay que puedes conseguir. Sin embargo y siendo conscientes de esta limitación, si eres un poquito observador verás que en cualquier página de contactos hay varios cientos (o miles) de gais de tu misma provincia, lo que facilita que os montéis una quedada de vez en cuando. Existen webs de singles donde puedes conocer gente encantadora (www.singlesgay.es) que viven a menos de 50 kilómetros de tu pueblo y seguro que a más de cuatro de ellos también les parece buena idea eso de veros el sábado para tomar un café en la capital. Si entras en mi web (www.gabrieljmartin.com) encontrarás un menú con recursos para el hombre gay. En la parte de “Asociaciones” podrás clickar y encontrar asociaciones gais de cualquier lugar del planeta. En casi todas ellas hay grupo de senderismo o de actividades culturales o de lo que sea. Pero siempre hay gente para conocer en el mundo real. No te dejes arrastrar por tu sentimiento de estar perdido en los “confines del mundo gay”. Y si, encima, vives en una gran ciudad, siempre tendrás clubes deportivos gay (Panteres Grogues, Halegatos), bailes, grupos de excursionismo, quedadas de singles, lugares donde hacer voluntariado de salud. Siempre encontrarás docenas de recursos en el mundo real gracias a los cuales poder ampliar tu mundo presencial sin quedarte prisionero del mundo virtual.
Siendo honestos… a veces la vida virtual es mucho más amable que la vida presencial: al otro lado de una pantalla de chat no te juzgan por tu aspecto (¿verdad?). No puedes decir que estás solo si tienes varias docenas de contactos en tu Messenger. En tu vida virtual, tus amigos dicen “me gusta” cada vez que cuelgas en tu muro frases que, habitualmente, pasarían desapercibidas en conversaciones de bar. Te sientes reconocido. En tu vida virtual lo que dices les importa a los demás y –por eso- te retuitean. En tu vida virtual… sólo en tu vida virtual. Tu vida virtual se parece a la vida presencial que siempre quisiste; eres popular, te dan toques, te piropean… ¿cómo no querer quedarse allí?
Y te comprendo pero… es que nada de eso es auténtico y soy de los que opinan que la postura más madura es siempre la postura más realista. Quien entra a esconderse en un mundo virtual, ¿puede ser alguien en cuya transparencia confiar? Quien no sabe relacionarse con otros excepto con un ordenador de por medio, ¿puede construir una relación sólida contigo? Si la app es un escaparate donde lo que se ve es carne, lo que encontrarás es carne ¡no hay más! Y no pasa nada siempre y cuando tú mismo lo tengas claro y sepas qué esperar… y qué no.
¿De verdad necesitas que doscientos desconocidos te digan “me gustas”? ¿De verdad piensas que hablar por chat es conversar? ¿Piensas que unas letras, o unas fotos, son un amigo? ¿No es mejor que te abracen? ¿O es que has dado los abrazos por perdidos? La vida virtual no es nada: pierde tu tarjeta SIM y perderás toda tu vida. La tecnología es fascinante ¡yo mismo soy un fan del iPhone! pero mi teléfono no abraza, mi sobrino sí, sobre todo cuando guardo un día para que lo pasemos juntos en la piscina. Recibir implica haber invertido, también en abrazos.
Si alguna vez te equivocaste y te hicieron daño, bien por ti porque aprendiste a elegir mejor. Date otra oportunidad de abrazar y ser abrazado…. pero por un amigo que te quiera de verdad. Tener más sexo no te hace más atractivo, solamente “más accesible”, pero no añade nada a tu autoestima (como tú sabes muy bien). Que curioso ¿no? lo que buscas en tu vida virtual solo puedes encontrarlo en tu vida presencial: amigos y autoestima. No te digo más, bastante te he dicho. Un beso, sabes que te quiero.

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