Con Franco, ¿follábamos mejor?

 Con Franco, ¿follábamos mejor?
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Aún en tiempos de tolerancia y mestizaje, como los que vivimos; no nos sorprende demasiado escuchar, en boca de alguien heterosexual, sea cual sea su sexo y edad, algún comentario sobre el fastidio y la incomodidad, cuando no el asco, que le producen las manifestaciones públicas de cariño, por parte de la comunidad homo.

Lo que ya nos cuesta más asimilar es cuando semejantes comentarios salen de los labios de alguna persona de nuestra misma condición, mayormente entrada en años y acostumbrada a vivir en tiempos menos permisivos.

Si bien es cierto que, en la mayoría de nuestras grandes ciudades, ver a una pareja de hombres de la mano o besándose en plena calle y a la luz del día, no produce ni el más leve pestañeo entre los transeúntes; salvo algún islamista despistado o algún turista balcánico acabado de aterrizar en nuestro territorio estatal; también es cierto que, de vez en cuando, algún caballero de edad que conoce los vericuetos del ambiente desde su fundación, se escandaliza ante tales muestras y refunfuña molesto ante lo que parece considerar un exceso de las libertades.

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Ante tales y peculiares reacciones nos preguntamos ¿qué les sucede?¿acaso no son ellos tan (o más) gays que los propios criticados?¿preferían vivir armarizados en el anonimato que a la luz del día? ¿realmente preferían el ambiente subterráneo, sórdido y peligroso de los años 50 del pasado siglo a la visibilidad actual?

LA PENALIZACIÓN
Según los escritos de Jean Genet, parece que la Barcelona de la República era una especie de paraíso gay, sobre todo para los amantes de los ambientes marginales y portuarios. La realidad es que, si bien no había una gran tolerancia, si que existía una creciente indiferencia por parte del estado hacia lo gay.

Tras la Guerra Civil y la toma del poder de los nacionales, se impondría un “nacionalcatolicismo”, nada dispuesto a pasar por alto semejantes muestras de la relajación de la moral. El machismo es parte de la identidad de la España fascista y se exalta la virilidad patria frente a un supuesto amaneramiento de los extranjeros.

La cruzada organizada por el gobierno fascista acaba con la comunidad homosexual localizada en los círculos literarios y artísticos. En el nuevo régimen no van a ser toleradas vidas como las de los novelistas Alvaro Retama y Antonio de Hoyos, de los poetas Federico García Lorca y Luis Cernuda o del cantante Miguel de Molina. Se relaciona a la homosexualidad con los peores vicios y como elemento vejatorio para justificar la decadencia del anterior régimen de izquierdas (los rojos).

En un principio, el régimen está tan ocupado en detenciones y fusilamientos a diestro y siniestro por supuestos delitos políticos, que deja la homosexualidad para más adelante. De todas formas y curiosamente, la reforma del Código Penal de 1944, considerará tan solo la homosexualidad como delito, cuando se produzca fuera del ámbito privado o tenga algún tipo de reprecisión social, creando la famosa diferencia entre lo que consideran homosexualidad “de nacimiento” o “por vicio”.

No es hasta 1954 que con la reforma de la ley de Vagos y Maleantes, se considera la homosexualidad un delito por si misma, ya sea o no practicada y cataloga al homosexual, o bien como enfermo, o bien como vicioso, consciente del mal que crea (volvemos a lo mismo). Empieza así una etapa de nuestra historia en la que nadie parecía estar a salvo. Se consideran delictivas determinadas actitudes y hechos tan corrientes como compartir una cama en una pensión (aunque tan solo sea por motivos meramente económicos) puede costar varios años de prisión. Se hace entonces tristemente famosa la prisión de Huelva, especializada en penas de este tipo de delincuencia.

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EL AMBIENTE
Sea como fuere, la represión franquista dio lugar a un circuito secreto y clandestino, a menudo a un palmo de las narices del poder represor.
Eran frecuentes (y no han dejado de serlo, se trata de un clásico) los encuentros con sexo rápido en algunos parques y jardines así como urinarios públicos. También se podía sobornar a serenos y vigilantes para que abrieran algún oscuro portal donde tener un furtivo encuentro con algún ligue.
Se hicieron famosos locales como el Cine Carretas, de Madrid, apodado La Catedral, porque en el se confirmaban todos los gays de nuevo cuño.

En Barcelona, el ambiente gay flotaba entorno a la parte baja de Las Ramblas, con bares como el Texas, el Elefante Blanco o el Saint Germain des Prés. Aún así, estos locales estaban sometidos a continuas redadas policiales, acompañadas de vejaciones y violencia en la comisaría. Algunos de sus clientes sufrieron traumáticas experiencias carcelarias, que a raíz de su condición no estuvieron exentas de violaciones en grupo, tanto por parte del resto de presos como de los funcionarios penitenciarios. Pero lo peor fué clima de represión que convertía a cualquier vecino o familiar, en vigilante de la vida privada del prójimo. Las denuncias eran tristemente frecuentes; en muchos casos como venganza por despechos o envidias.

Otros fueron inducidos por familiares y amigos a someterse a terapias aversivas, incluido el electro-shock; para curarse de su enfermedad. Semejante perspectiva hizo que la mayoría de homosexuales, pese a no haber pasado por ninguna de estas experiencias, optaran por el disimulo y el contacto furtivo.
De aquí hasta la legalización del FAGC (Front d’Alliberament Gai de Catalunya), el 16 de julio de 1980, hay un largo camino y no precisamente pavimentado de baldosas amarillas.

Por eso, a todos aquellos gays que añoran tiempos de clandestinidad que les hacían sentirse diferentes o la subida de adrenalina que les producían los encuentros fortuitos a la par de peligrosos; suplan esta carencia practicando algún deporte de riesgo o mudando sus huesos a algún país de integrismo islámico.

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