La hermosa senda de los Samurais
Adentranos en la historia de la homosexualidad fuera de las fronteras de nuestro país es todo un ejercicio de investigación. en este caso nos adentraremos en el Japón de los Samurais y sus amores homosexuales.
Toshiro Mifune, el popular actor famoso por sus papeles de samurais taciturnos, de rápidos reflejos, jamás pronunció una palabra al respecto. Akira Kurosawa, el famoso director cinematográfico, guardó un silencio inescrutable. Ninguna de las varias centenas de películas de samurais producidas en el pasado siglo intentó siquiera sugerir la figura del nanshoku, el amor del samurai. Desde su posición central en la educación, el código de honor y la vida erótica de la casta de los samurais, el amor hacia los muchachos ha caído del nivel de lo intocable al de lo inmencionable, al del «amor que no puede mencionar su nombre».
Pero el hecho ineludible es que el lazo sexual entre un guerrero adulto y un joven aprendiz era uno de los aspectos fundamentales de la vida de los samurais, un amor para el que los japoneses tienen tantos nombres como quizás los esquimales para la palabra «hielo«. Los samurais solían llamarlo «bi-do«, «la hermosa senda» y guardaron celosamente la traducción. Conocida igualmente con el término wakashudo, «la senda de la juventud«, era una práctica realizada por todos los miembros de la casta samurai, desde el guerrero más simple hasta el señor más noble. Se ha dicho incluso que nunca se habría preguntado a un daimyo, señor, por qué tomaba muchachos como amantes, sino por qué no lo hacía. No es ésta una pregunta que hubiese embarazado, por ejemplo, a los tres grandes shogunes que unificaron Japón, Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi, o Tokugawa Ieyasu.
En sus aspectos claves, el wakashudo (que a menudo se conocía por su forma abreviada, shudo, y su sinónimo nanshoku, el término habitual para el amor masculino, escrito con los anagramas de «hombre» y «color») era una noble institución. Era una relación pedagógica propulsada por la energía de una atracción erótica mutua. No es menos cierto que habitualmente los samurais se casaban a una edad más avanzada.
Para los japoneses, como para los griegos, el amor entre un hombre adulto y un joven era de lo mejor de la naturaleza humana, siendo a veces una senda para alcanzar esos ideales y otras, un fin en sí mismo.
Es natural que un samurai haga todos los esfuerzos posibles para destacar con la pluma y la espada. Pero también es importante para nosotros no olvidar nunca el espíritu del shudo. Si lo olvidásemos, no podríamos conservar la decencia, ni la elegancia de nuestro hablar ni los refinamientos de un comportamiento educado.
En algunos aspectos importantes, las tradiciones eran diferentes: en Japón, era el joven quien debía dar el primer paso. Hagakure, «Escondido tras las hojas«, el famoso manual para samurais de Yamamoto Tsunetomo de principios del s. XVIII, estipula que: “Un hombre joven debería probar a uno más mayor durante como mínimo cinco años y, si está seguro de las intenciones de esa persona, pedirle relaciones formales”.
Parecería así que este proceso debía empezar a una edad muy temprana, puesto que estas relaciones solían concluir formalmente en el momento de la ceremonia de mayoría de edad. En este momento, se procedía a tonsurar al joven (a cortar los mechones delanteros del pelo para simular su retroceso, un modo de simbolizar la accesión a un determinado status de una sociedad cuyos integrantes, como la de hoy en día, compara las fechas de nacimiento para establecer las prioridades de sus miembros), con lo que éste, a su vez, podía desarrollar el papel del adulto en una nueva relación shudo. Como en los tiempos antiguos, los miembros de la pareja seguían siendo amigos íntimos, incluso después de concluida la fase erótico/pedagógica y algunas de estas relaciones resistían el paso del tiempo, convirtiéndose así en historias de amor que duraban toda una vida.
Paradójicamente, el wakashudo era también parte integrante de la tradición de la devoción que un siervo tenía para con su señor.
El shudo de los samurais tiene sus orígenes en el periodo Kamakura, hacia el año 1200, y alcanzó su apogeo al principio del shogunado Tokugawa, en 1603, declinando posteriormente a medida que el país se unificaba y disminuía la importancia de la casta guerrera. La historia del amor entre hombres en Japón, sin embargo, no sólo abarca todo el periodo de los samurais, sino que lo sobrepasa. Aunque no podemos conocer sus orígenes prehistóricos, existen documentos escritos desde el periodo Heian (794-1185). Esta era, caracterizada por un gobierno ilustrado, quedó marcada por la fundación de Kioto como gran capital imperial, vio el florecimiento de la cultura y la vida ciudadana.
Así, las menciones al amor entre hombres se hicieron cada vez más habituales. En el s. XII, vemos las primeras menciones de Kukai como padre de nanshoku. Kukai o, como se le llamó tras su muerte, Kobo Daishi, «el gran maestro de Kobo», era el fundador de la escuela japonesa del budismo vajrayana, fundó la escuela esotérica Shingon en 816 en el Monte Koya, tras su vuelta de China, donde recibió las enseñanzas del sexto patriarca.
Por impresionante que sea la labor de Kukai en el campo de la lingüística (tradujo los textos sagrados del chino al japonés y produjo el primer alfabeto japonés), no tenemos base para atribuirle también la introducción del mor entre hombres. No obstante, existe la leyenda de que experimentó el disfrute del nanshoku en China (conocida universalmente desde épocas remotas por su rica tradición homoerótica, que abarcaba desde los favoritos del emperador hasta los matrimonios de dos varones de clase baja, reconocidos por el estado) y que implantó posteriormente esta práctica en Japón a su vuelta. De hecho, el topónimo monte Koya se convirtió en un sinónimo del seudo en la poesía y en la prosa del Japón medieval.
Aunque resulta dudoso que se pueda determinar el origen del shudo en el monte Koya, no hay duda de la existencia de este amor en los monasterios budistas. De hecho, el amor entre hombres, que tomaba la forma de relaciones sentimentales entre los monjes y los chigo, sus acólitos, es notablemente anterior a la adopción de esta práctica por la casta de los samurais. A pesar de las condenas de que fue objeto, la práctica continuó, apoyada en la lógica de que los votos de castidad realizados por los monjes se referían únicamente a la castidad para con el otro sexo.
La historia de Japón durante el fin del s. XVI está protagonizada por señores guerreros feudales, hasta el ascenso al shogunado de Tokugawa Ieyasu en 1603, que puso fin a las disputas; tras ello, el país entró en un periodo de tranquilidad que iba a durar doscientos cincuenta años. Uno de los efectos de esta pacificación fue el declive del poder y la influencia de la casta de los guerreros.
Paralelamente, la burguesía pudo prosperar en este marco de estabilidad, adoptando muchos de los usos y costumbres que habían sido hasta la fecha patrimonio exclusivo de los samurais. Las técnicas de lucha de los bushi¸ «los guerreros», se reconvirtieron en deportes o disciplinas espirituales (judo, kyudo, kendo, etc.) y la practica del shudo cedió a favor de una cultura de muchachos actores itinerantes cuyos favores eran requeridos (o comprados) por legiones de varones maduros acaudalados. Tal era el fervor de los admiradores de estos actores que hubieron de aprobarse leyes definiendo los límites de los cortes de pelo o de los ropajes de los actores, con el fin de no inflamar las pasiones del público y los burdeles masculinos se convirtieron en una nota habitual de los barrios de mala nota de las grandes ciudades.
Este cambio presagió el declive y la desaparición de las formas del amor entre hombres reconocidas y aceptadas por la sociedad japonesa.
La influencia occidental tendría un papel destacado en este giro de los acontecimientos. Desde sus muy primeros contactos con la remota isla-imperio, los exploradores y mercaderes europeos deplorarlon la «laxa moral» y la «depravación de sus anfitriones.
Aunque la presencia de los misioneros cristianos, escasa pero en aumento, prestó apoyo a quienes criticaban las prácticas del amor entre hombres, no fue sino con la restauración Meiji de 1867, un resultado directo de la apertura de Japón al mundo exterior bajo la amenaza de las armas de fuego estadounidenses, cuando la moralidad cristiana occidental empezó a dominar el pensamiento japonés, con el consiguiente punto final para el wakashudo.