Por favor, cortéjame 1ª parte

 Por favor, cortéjame 1ª parte
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Un amigo, bastante joven, me decía “En mi perfil tengo puesto que me gustan los hombres galanes ¡y sólo me entran señores de más de 65 años! ¿Es que no hay galanes de mi edad?”. Iniciamos una conversación sobre el cortejo, sobre cómo a todos nos gusta ser cortejados y sobre lo paradójico que resulta que -pese a ello y a juzgar por cómo nos quejamos- parece que los gais no somos especialmente dados a cortejar. ¿Por qué será? Mis últimos artículos han versado sobre temas de calado, hoy hablaremos de algo más liviano… aunque –también- importante.

 

Antiguo? ¿Pasado de moda? ¿Poco funcional? ¿Invento de Disney? ¿En serio? Helen Fisher (2004, 2007) ha investigado intensivamente sobre las relaciones sentimentales en los seres humanos y nos muestra cómo, no solamente en todos los lugares del planeta (incluyendo aquellos donde se celebran matrimonios de conveniencia), sino también en todas las épocas de la historia, ha existido el amor romántico y todo aquello que consideramos que forma parte de él: enamoramiento, cortejo, convivencia (y ruptura). Añado que, el día que me presenten a un teórico de “el amor es un invento de los grandes almacenes” que no esconda una profunda herida emocional, puede que empiece a tomarme en serio sus argumentos. Hasta entonces, seguiré apoyándome en lo que nos dicen las evidencias científicas y las evidencias científicas nos dicen que los seres humanos, como los primates que somos, nos enamoramos y cortejamos al igual que lo hacen los demás animales: el pavo real exhibiendo sus plumas, las ballenas canturreando y los leones frotándose los hocicos. En este sentido es muy interesante saber que las parejas de leones gais también se frotan los hocicos y se acarician mutuamente antes de copular. Los avestruces gais tienen una danza de cortejo diferente de la que usan los avestruces heterosexuales y los elefantes gais se entrelazan sus trompas antes de montarse. Y si los animales gais se cortejan, ¿porqué no íbamos a hacerlo los humanos gais? En los seres humanos el cortejo es muchísimo más elaborado que la exhibición de características físicas (que es a lo máximo que llegan algunos, tú ya me entiendes). Incluye conocerse, despertar el interés, agradar…

El problema está en que lo que nos hace suponer el sentido común (que también cortejamos) no suele darse en la práctica y muchos gais se quejan de que no sabemos cortejar, de que no nos tomamos interés por despertar la curiosidad del otro, que no nos molestamos en conquistar. ¿Es cierto eso?

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Personalmente estoy convencido de que es cierto en gran medida y que estas quejas son más que razonables. Me atrevo a decir que los gais somos poco dados al cortejo (ese tipo de cortejo que va más allá de enseñar carne) y, de hecho, incluso tengo una hipótesis de porqué es así: no hemos entrenado. Vale que dicho de esta manera suena un poco a broma pero, si me lo permites, te lo explico. Los heterosexuales entrenan durante la adolescencia. Cuando un chico hetero llega a la edad de plantearse una relación en serio (supongamos que hacia los 25 años), ya lleva -como poco- desde los 12 años saliendo con chicas, tirándoles los tejos, tonteando, quedando, intentando captar su atención, demostrándole su interés… cortejando. Nosotros no hemos entrenado en absoluto, al contrario: en la adolescencia nos pasábamos el tiempo luchando contra nuestro conflicto por ser homosexuales, intentando que no se “nos notase” y teniendo un miedo atroz a que aquel compañero de clase se enterara de que estábamos enamorados de él. Por otro lado, históricamente, nuestras relaciones han sido siempre veloces y furtivas: ir al urinario público, echar un polvo rapidito y volver pronto a casa con la mujer y los hijos. Ésas han sido las tres constantes históricas de nuestras relaciones: no demostrar nuestros sentimientos, focalizarnos en el sexo e ir con mucha rapidez. Con estos antecedentes ¿quién puede aprender a cortejar? Por si fuese poco, y quizá a consecuencia de lo anterior, nuestros espacios de socialización (el ambiente) están muy focalizados en el sexo: cruising, saunas, cuartos oscuros y sex-clubs, lo que hace que muchos de nosotros intentemos evitarlos cuando nos planteamos que nos gustaría conocer a “alguien especial”. Por cierto, mi hipótesis puede contrastarse empíricamente: si tengo razón, a medida que ser homosexual se normalice y nuestros adolescentes puedan relacionarse con la misma naturalidad que los heteros, entonces será más fácil ver a dos chicos cortejándose y este paso será parte de nuestro proceso de enamoramiento tal como lo es en los heterosexuales. A ver qué nos dicen las generaciones futuras.

 

I. Lo que importa no es dónde lo conoces, sino qué hacéis después.

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Nos metemos con el ambiente y con lo mucho que focaliza en el sexo y, sin embargo, los locales siempre están llenos (algo bueno tendrán). Algunos dicen que es porque no hay más alternativas y otros que porque -en el fondo- nos encanta el sexo. Como todos los extremos, cada postura tiene parte de razón (y parte de mentira). Es cierto que los hombres somos muy sexuales y también es cierto que echamos de menos otras formas de relacionarnos. Quizá una de las cosas que tengamos que aprender es que los chats, los bares y las saunas sólo ofrecen lo que ofrecen, aprender que los clubes de solteros gais organizan actividades pero no son una agencia matrimonial y que si no eres habilidoso en el cortejo, por más que salgas de excursión con otros cincuenta gais, volverás a casa tal como saliste. Lo que importa al fin y al cabo no es el contexto en el que conozcas a un hombre, sino la clase de relación que establezcas con él. Si no te lo curras, no hay nada que hacer (¿quién te engañó y te dijo que las cosas importantes de la vida crecen solas en los árboles?).

Comencemos por aclarar que cortejo es ese proceso a través del cual dos hombres se van captando mutuamente la atención hasta el punto de desarrollar un genuino interés por conocerse mejor con la intención de llegar a una posible relación sentimental. La función del cortejo -fundamentalmente- es despertar el interés del otro. Evaluar si sois compatibles (o no) viene luego ¡durante el noviazgo!

Habitualmente la cosa es más o menos así: conozco a un hombre en un bar, nos miramos un rato hasta que uno se acerca e intercambiamos saludos. Si hay química iniciamos una conversación que puede seguir toda la noche o cortarse para volver con los amigos. En ese caso, nos damos los teléfonos ahora. Otra de las cosas que pueden ocurrir es que salgamos del bar en dirección a alguna de nuestras casas. Tenemos sexo. Si la cosa ha ido bien y nos atraemos lo suficiente intercambiamos los números de móvil (ya no para follar, sino para repetir). Acaba de comenzar el cortejo.

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A partir de aquí iniciamos un proceso a través del cual pretendemos mostrar a ese hombre que nos interesa y, a la vez, queremos que él se sienta interesado por nosotros. Hacerlo bien es un arte. A menudo se confunde cortejar con invadir. Cortejar no significa llamarle cincuenta veces al día, ni entrometerte en su vida, ni buscarlo en todas las redes sociales y en todas las webs de perfiles. Cortejar no significa inundar su bandeja de entrada de correo. Cortejar es ir calibrando la intensidad de nuestras aproximaciones según el impacto que hemos logrado en su interés por nosotros.

 

II. ¿Cómo es el “cortejo gay”?

Me siento un poco lerdo porque acabo de formular una pregunta que no sé contestar (;P) y que uso como excusa para decir aquello de “cada uno lo entiende a su manera conforme a las experiencias que ha tenido a lo largo de su vida… no hay dos cortejos iguales…”. Pero como tú estás leyendo este artículo para que yo te explique algo y no para que me haga el listo, trataré de dar un par de claves generales que puedan ofrecerte pistas para tu propio estilo. Partimos de la idea de que, durante el cortejo, lo que hacemos es ir manteniendo el buen humor del otro mientras fomentamos su interés por nosotros y así poder ir compartiendo nuestros mundos individuales hasta ir creando un mundo compartido hecho de la intersección de nuestras vidas. O sea: que se trata de que sin renunciar a nuestra vida, sin que e´l renuncie a la suya, queramos estar juntos y pasarlo bien para que vaya surgiendo una relación en la que ambos nos sintamos implicados y comprometidos.

Hay un asunto que muchos gais no llevamos bien y que tiene que ver con la gestión de las emociones. Ya hemos hablado de ello en otros artículos y vuelvo a remitirte a un texto fundamental como es “La rabia de terciopelo” (The Velvet Rage, Downs, 2005) para profundizar en ello. Es importante saber que tantos años de ocultar nuestros sentimientos dejan su huella y producen un efecto por exceso o por defecto (sí, a veces nos pasamos con la exhibición de nuestras emociones y las publicitamos cuándo, cómo y dónde no toca, pero ya hablaremos de eso otro día). Cuando nos quedamos con el cliché de “que no se te note que te gusta fulanito” marcado a fuego durante la adolescencia, al final terminas por sufrir un nudo en el estómago sólo ante la idea de mostrar tus sentimientos. Racionalizamos ese pavor con afirmaciones como “aquí todo el mundo va a lo que va” o “eso son mariconadas” (o “cursiladas”) o “si le demuestro mis sentimientos, él tendrá poder sobre mí”. Si has elegido al hombre adecuado, mostrarle tus sentimientos sólo puede traerte consecuencias agradables así que anímate a afrontar tus miedos pasados y liberarte de esos clichés que siguen impidiéndote vivir tu sexoafectividad con naturalidad. Cortejar, como salir del armario, es otro paso más en la vivencia sana de la homosexualidad.

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Alguien podría argumentar que no es que carezcamos de cortejo, sino que el cortejo de los gais es así: inmediato y sexual. Y yo le daría la razón si no fuese evidente que es un comportamiento restringido causado por la persecución de una sociedad homófoba que nos obligaba a la furtividad. El cortejo gay no es así, nos vimos obligados a que fuese así. No era el cortejo que deseábamos, era el único que podíamos tener.

Las tres características históricas de nuestro cortejo eran no demostrar nuestros sentimientos, focalizarnos en el sexo e ir con mucha rapidez. Justo las opuestas a un cortejo eficaz. Veamos qué sería más funcional.

 

1. Sexo, ¿no?

Si piensas que cortejar significa hacerte el estrecho (como sinónimo de “interesante”) mejor deja de ver culebrones. Los gais no damos al sexo esa trascendencia que le dan las parejas heterosexuales. Los gais, aunque parezca paradójico, a lo que damos verdadera trascendencia es a entregar el corazón. Lograrlo sí que necesita de un verdadero cortejo y haber demostrado que somos ese hombre a cuyo lado él sería feliz.

El cortejo empieza detrás del primer (o cuarto) polvo. Cuando quedamos para ir a tomar un café y hablar de otras cosas. Empieza cuando nos hacemos reír, cuando encontramos coincidencias en nuestras aficiones, cuando él nos habla de su vida y nos parece un luchador admirable o un hombre tierno y entrañable. Aún a riesgo de generalizar en exceso, diré que en los heterosexuales el cortejo acaba cuando se meten en la cama. En los gais el cortejo comienza en el preciso momento en que salimos de ella.

El buen sexo es muy importante y, desde luego, no sólo porque resulta placentero sino también por que supone una expresión clara de la complicidad entre dos hombres. También pone de manifiesto que existe atracción entre vosotros y facilita la elaboración del vuestro vínculo emocional. Tras el orgasmo aumentan los niveles de oxitocina en sangre. La oxitocina es conocida en neuropsicología como la “hormona del amor” porque su efecto sobre nuestro cerebro hace que se fortifiquen los lazos con la persona que está cerca de nosotros cuando se libera esa hormona, nos hace sentir más confianza, ser más generosos y más empáticos. Como ves, ese efecto sobre nuestro cerebro hace que tras un buen orgasmo juntos, él nos parezca mucho más próximo y que nos sintamos más unidos. Añadiré que los abrazos y las caricias también liberan oxitocina así como el compartir “momentos especiales”. El sexo es fantástico aunque –como tú ya sabes- no lo es todo.

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2. Tómate tu tiempo

Personalmente me sorprende mucho cómo una enormidad de gais se van a vivir juntos apenas pasados dos meses de conocerse. Te dicen cosas como “es que estamos seguros de lo que sentimos y, además, los dos creemos en la pareja”. ¡Nooooooo! La están cagando espectacularmente. Si una receta dice que cocines el pollo durante una hora a 120º y tú lo pones a 240º ¡conseguirás quemar el asado en la mitad de tiempo! La pareja no se forma con una decisión, la pareja se construye por medio de un proceso que dura su tiempo y que tiene unos pasos que no te puedes saltar porque éstos tienen que ver con cómo tu sistema emocional crea los lazos afectivos. Decid que no sois capaces de vivir solos, o que estáis asustados ante el miedo de que se os pase esta oportunidad. Pero no os engañéis porque luego, cuando salga mal (que saldrá), le echaréis la culpa a todo menos a vuestra incapacidad y seguiréis tropezando una vez tras otra contra el mismo obstáculo[1]. Mejor tomaros vuestro tiempo para interesaros el uno por el otro y disfrutar del descubrimiento mutuo.

Nadie emocionalmente equilibrado dice “te quiero” a las dos semanas de estar saliendo con otro hombre. A veces cuesta escapar de alguien tan vehemente en las expresiones de sus afectos pero, siendo honestos, no es que estéis viviendo un cuento de hadas… es que confunde “enamorado” con “ilusionado”, “querer” con “desear”… y las confusiones no suelen llevar muy lejos. Por mucho que te encante sentirte tan deseado y necesitado, sé honesto sobre tus emociones presentes y no las confundas con las que te gustaría estar viviendo ya. Si sólo es interés e inquietud (esas cosquillitas) no lo llames “enamoramiento”… al menos no hasta que se convierta en un enamoramiento real. Creer en los cuentos de hadas es tomárselos en serio: si crees en el amor, no lo confundas con un sucedáneo. Amor no es dependencia, amor no es espejismo, amor no es irracionalidad, amor no es ir antes de tiempo.

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El vínculo, el enamoramiento, se genera con los encuentros, con el interés que se despierta en el uno por el otro, con los buenos ratos compartidos… en lugar de emocionarte con la adrenalina, deja a tu cuerpo producir oxitocina a su ritmo… ya verás qué subidón.

Por último recuerda que “uno se enamora de un proyecto de vida”, es decir: uno siente amor cuando se encuentra con alguien a cuyo lado uno puede ser quien siempre ha sido. Te enamoras de alguien compatible. Los extremos opuestos se atraen porque se producen curiosidad, pero no suelen ir más lejos de una aventura. A medio plazo, o hay compatibilidades, o es imposible una convivencia satisfactoria. Durante el cortejo mostramos al otro la vida que podemos compartir: el tipo de ocio que nos gusta, los detalles que somos capaces de tener, nuestros intereses, prioridades. No lo hacemos en profundidad (eso ocurre durante el noviazgo, hace falta tiempo) pero en el cortejo dejamos entrever qué clase de vida “le ofrecemos” (y durante el noviazgo demostramos que no era “de boquilla”).

Cuando estaba rumiando este artículo vi “Superman returns”. Hay una escena en la que él lleva a Lois a volar. Hablan de sus vidas, ella se ha casado y su marido es piloto: “Me lleva a volar a veces” y él le contesta “Sí, pero seguro que nunca como conmigo”. Entonces la cámara se dirige hacia abajo, el mundo queda bajo sus pies y ella se da cuenta de que él le está ofreciendo todo aquello. Me pareció una metáfora fantástica del cortejo, un perfecto “ven conmigo, mira la vida que te ofrezco”. Si Superman fuese gay, también cortejaría volando ¡estoy seguro!

 

(Continua en el próximo número)

 

Para saber más:

Clubes de solteros gais: www.singlesgay.es

Downs, A. (2005). “The Velvet Rage”. Perseus Books. Cambridge

Garrido, A. (2011). Anécdotas de peluqueros. Libros Cúpula. Barcelona.

Gottman, J. & Silver. N. (2000). Siete reglas de oro para vivir en pareja. Barcelona. Mondadori.

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Fisher, H. (2004). Por qué amamos, naturaleza y química del amor romántico. Buenos Aires. Taurus.

Fisher, H. (2007). Anatomía del amor. Madrid.


[1] Vale… vale: hay excepciones.

 

Autor: Gabriel J. Martín, psicólogo de la Coordinadora Gai-Lesbiana y de Gais Positius. Ilustraciones, Albert Boté.

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