Ser gay en Palestina

 Ser gay en Palestina
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Tayseer* (así es como le llamaremos) es un chico de Gaza de 21 años. Su constante sonrisa trata de disimular su atención hacia lo todo lo que le rodea. Aprendió pronto que ser gay en Palestina es como ser un criminal. Hace tres años, fue sorprendido por su hermano mayor, en la cama, con un novio. Fue pegado por su familia, y su padre le advirtió que le estrangularía si volvía a suceder.

Y sucedió, pocos meses después. Se extiende la noticia entre un campo de refugiados de que un joven que no le conocía le invitó a ir en un naranjal. El día siguiente recibió una citación judicial. Le dijeron a Tayseer que su compañero sexual era en realidad un agente policial cuyo trabajo era perseguir a los homosexuales. Si Tayseer hubiera querido evitar la prisión, tendría que ser un agente policial secreto, persuadiendo a los gays a ir a los huertos, para entregarlos posteriormente a la policía.

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Tayseer rehusó implicar a otros. Fue arrestado y le colgaron del techo por los brazos. Un oficial de alto rango que él no conocía tramitó la documentación necesaria para ser puesto en libertad, pero pidiendo favores sexuales a cambio.
Entonces, huyó de Gaza para ir a Tulkarem, donde fue arrestado, también. Fue forzado a permanecer en aguas residuales hasta la altura del cuello, con la cabeza cubierta con un saco lleno de heces (excrementos). Y después fue encerrado en una celda oscura infestada de insectos y otras criaturas que podía notar pero no ver. (“Tenías que picar con la mano una parte de tu cuerpo, y seguidamente otra”, nos cuenta). En un interrogatorio, la policía le desnudó y le hizo sentar encima de una botella de Coca-Cola. Durante todo este infierno, los interrogadores, los carceleros y los compañeros de celda se burlaron de él por ser homosexual.

Cuando fue liberado pocos meses después, Tayseer entró en Israel. Ahora vive ilegalmente en un pueblo árabe-israelí trabajando en un restaurante. Su sueño es trasladarse a Tel Aviv. “Ahí a nadie le importa si eres gay”, dice. Pero sabe que un originario de Gaza ilegal en Tel Aviv peligra de ser deportado y es más seguro que se quede donde está. ¿Y si fuera conducido a Gaza? “Pues la policía me mataría, si es que no lo hace mi padre primero”, dice.

Con bombas explotando una vez más por todo Israel, y los territorios  palestinos en aparentemente toque de queda permanente, las tragedias de los homosexuales palestinos todavía no han atraído la atención de la comunidad internacional. Pero tras dos días en compañía de refugiados gays palestinos en Israel, me pregunto cómo puede ser que el mundo nunca ha tenido interés en su apremiante situación.

Tal vez sea porque ello supondría que se reconocería que la patología de la creciente política palestina va mucho más allá de sus líderes políticos, y no será desarraigada con una elección libre. En realidad, el tormento de los gays es casi oficial en la política palestina. “La persecución de los gays en la autoridad palestina no proviene de las familias o de los grupos islámicos sino de las autoridades en sí”, afirma Shaul Ganon, de la Asociación de Gays, Lesbianas, Bisexuales y Transexuales en Israel, con base en Agudah. “La excusa habitual de las autoridades palestinas para perseguir a los gays es considerándolos como colaboracionistas, a pesar de que conozco dos casos en los últimos años en que fueron juzgados explícitamente por ser homosexuales”. Desde la intifada, según me contó Ganon, la policía palestina ha endurecido cada vez más la ley islámica: “Es imposible ahora ser un gay abierto en la autoridad palestina.”

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Un jardinero (que aquí le llamaremos Samir*) que huyó de los territorios palestinos hacia Israel me habló acerca de un amigo gay que era miembro de la policía palestina y huyó a Tel Aviv: “Después de un rato volvió a Nablus, donde fue detenido por la policía palestina y fue acusado de ser un colaboracionista. Le pusieron en un foso. Era el ayuno del Ramadán, y decidieron hacerle ayunar el mes entero, pero sin ningún descanso en la noche. Le denegaron comida y agua hasta que murió de hambre en aquel hueco.”

Las organizaciones internacionales de derechos humanos han ignorado las tragedias de los gays palestinos. Por ejemplo el Departamento de Estado de los EEUU publicó un informe de derechos humanos del 2001, donde se cita superficial y escuetamente: “En los territorios palestinos, los homosexuales son generalmente marginados socialmente, y ocasionalmente reciben amenazas físicas”. Ganon explica que “los grupos de derechos humanos en Palestina tienen miedo de afrontar este problema. Un activista palestino me contó que los israelíes necesitan oficializar el problema porque sino no les dejarán operar. Amnistía-Israel simpatiza con el problema pero sus funciones están limitadas a las violaciones de derechos humanos en Israel. Y los grupos
internacionales de derechos humanos dicen que ya tienen una larga lista de cosas por las que luchar. Cuando la policía israelí hostiga a los homosexuales árabe-israelíes, les envío informes; y entonces (¡oh!) no sabes lo poco que tardan en ponerse en contacto conmigo para investigar. Es increíble la hipocresía que hay.”

Como el mundo no ha obligado a las autoridades palestinas a tolerar a los gays, los homosexuales palestinos buscan refugio, cada vez más, en el único territorio regional que sí lo hace: Israel. En los últimos años, centenares de palestinos gays, la mayoría del Banco Oeste, se han escabullido a Israel. La mayoría viven ilegalmente en Tel Aviv, centro de la comunidad gay de Israel; muchos son desesperadamente pobres y trabajan en la prostitución. Pero al menos están lejos del alcance de sus familias y de las autoridades palestinas.

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Para estos refugiados, la vida en Israel significa subsistir en la marginalidad. Por las noches, Ganon lleva comida y ropa a los gays prostituídos en las calles de Tel Aviv, intentando mantenerles alejados de las drogas y la cárcel. Durante los últimos cuatro años, Ganon ha seguido una campaña solitaria para intentar involucrar los grupos de derechos humanos en esta cuestión. Ha ayudado unos 300 gays palestinos en Israel y estima que probablemente son el doble los que actualmente viven ahí ilegalmente, sin acceso al empleo legal ni a la asistencia
sanitaria, y bajo amenaza constante de deportación. “No le preocupamos a nadie, aquí”, dice Samir, el jardinero que vive con su novio. He escrito a todos los ministerios y a todos los periódicos, solicitando que se reconozca mi estatus. Nadie se molesta ni siquiera a contestar.

Según Ganon, gracias a su esfuerzo, desde hace algo más de diéz años, la policía empezó a dejar de deportar a los gays palestinos. Incluso hizo un “acuerdo silencioso” con la policía de Tel Aviv, entregándoles una lista de gays palestinos bajo su manutención, proveyendo a estos gays de tarjetas de afiliación a su asociación (excluyendo a los de Gaza, por motivos de seguridad). Sin embargo, los gays palestinos dicen que no han notado mejora en las políticas policiales.

Un americano (le llamaremos William*) y su novio palestino (le llamaremos Ahmad*) dejaron Tel Aviv para irse al pueblo del Banco del Oeste, un viaje que, visto retrospectivamente, parece de locos. “Dijimos a los del pueblo que éramos amigos, y durante un tiempo funcionó”, dice William. “Pero un día encontramos una carta bajo la puerta de parte de la justicia islámica, que contenía la lista de las cinco formas de muerte prescritas por el Islam para la homosexualidad (incluyendo lapidación y quema). Nos fuimos a Israel el mismo día.”

Ahora viven en clandestinidad, debido a que los hermanos de Ahmad les han buscado en Tel Aviv, amenazando de matar a Ahmad. Aunque William ha apelado a los grupos de derechos humanos de todo el mundo, y ha apelado a la embajada de EEUU para conseguir un visado americano para Ahmad, ha obtenido muy poca respuesta. Un grupo gay americano se ha ofrecido para ayudar a Ahmad a obtener asilo al llegar a los EEUU, pero precisamente éste es el problema. William no quiere irse sin Ahmad. Y aquí están: un americano cristiano y un musulmán palestino atados en el estado judío, sin dinero ni trabajo, viviendo de la caridad de los amigos, temiendo la aparición de los hermanos de Ahmad, y esperando una ayuda que con toda probabilidad nunca llegará

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En una noche húmeda de Tel Aviv, en un área de cafés viejos para trabajadores extranjeros y sex-shops con luces de neón, una media docena de adolescentes palestinos con pelo engominado y camisetas de manga corta están sentados en una verja, esperando algún cliente. Ganon está ahí, como casi todas las noches, cuidando de “sus chicos”. “¿Alguien necesita condones?”, pregunta. “¿Qué tal vais de ropa? ¿Quién no ha comido hoy todavía, corazones míos?”. Un coche de
policía se acerca, ralentizando la marcha, y los jóvenes gritan, riéndose: “¡documentos de identidad!”, pero la policía les ignora y se va.

Estos jóvenes viven en un edificio abandonado. Me cuentan que a veces un cliente les ofrece una comida y ducha en vez de dinero; a veces un cliente no les quiere pagar de ningún modo, diciéndoles que les entregará a la policía. En ocasiones, los chicos son golpeados por la policía antes de dejarlos en la calle.

Un refugiado de 17 años originario de Nablus (le llamaremos Salah*), estuvo meses en una cárcel de las autoridades palestinas, donde los interrogadores le cortaron con cristales y le pusieron limpiador de baño en las heridas. Refugiado en Israel, le explica a Ganon que un día fue detenido cuatro veces por la policía israeliana. “No hagas ninguna estupidez”, le dice Ganon. “Ya he intentado suicidarme seis veces”, dice Salah. “En todas, la ambulancia llegó demasiado pronto. Pero ahora creo que sé cómo conseguirlo. La próxima vez, con la ayuda de Dios, lo conseguiré antes de que llegue la ambulancia.”

*son seudónimos

Yossi Klein Halevi
Despacho de Tel Aviv
Yossi Klein Halevi es un editor colaborador de La Nueva República, de
Rex Wockner

Fuente: ILGA Bulletin (issue 2/02) – Asociación Internacional de Lesbianas y Gays (www.ilga.org)

Joel Sàmper (resumen y traducción)
Comisión de Solidaridad Internacional (intercgl@cogailes.org) – Coordinadora Gai-Lesbiana de Catalunya

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