¡VIVA LA DIVA! femmes fatales en el mundo gay
Mujeres que reinan sobre un mundo donde el hombre lo es todo; las divas gay son un fenómeno que existe desde que el mundo es mundo. Conexión con nuestro lado femenino, según unos o símbolo de misoginia según otros, la verdad está ahí fuera. Y no hay más que patearse la calle, para toparse de narices, ya sea en vayas publicitarias, revistas, spots o películas, con ellas.
Mujeres fuertes, glamourosas, dueñas de su destino o víctimas de un torbellino de pasiones; en tiempos más oscurantistas y no demasiado lejanos, era de creencia popular que este tipo de mujeres representaban todo lo femenino a lo que la mariquita más alocada quería llegar.
Al desarmarizarse y diversificarse la sociedad gay, tan disparatada teoría cae por su propio peso, al sentirse atraídos por tan arrebatadora iconografía, tanto reinas o pequeñas de evidente pluma, como miembros de la comunidad osuna o activistas y oficinistas, lejanos a la estética de la lentejuela y el ambiente.
La diva gay, según una de nuestras principales exponentes patrias; Alaska, no representa aquello que el gay quiere ser, sino como le gustaría ser en el hipotético caso de que fuera una mujer. Y yo me atrevo a decir más; en el fortuito caso que, de la noche a la mañana, le gustasen las mujeres. Aunque mi teoría cojea al encontrarme con los bisexuales, atraídos por mujeres reales y que, sin embargo, suelen sumarse a la adoración de esta iconografía.
SUFRIR CON ESTILO
De hecho, la diva es una mujer imposible, más relacionada con un cúmulo de ideas, emociones y sentimientos, que con el mundo real. La diva también canalizó, durante muchos años y a través del mundo del cine, el sentimiento de empatía del gay que no disponía de iconografía propia. Así, el sentido trágico que caracterizó la vida de Maria Callas, parecía pedir a gritos un sentimiento de hermandad con el empleado de mercería franquista, que vivía su sexualidad, o lo que es peor, su vida afectiva, de manera oculta, como un horrible pecado, cuando no la abortaba directamente.
El melodrama es el género donde la diva clásica se mueve como pez en el agua. Las tormentosas pasiones en las que se ven envueltos los personajes de Greta Garbo, Audrey Hepburn o Sara Montiel, que es capaz de quedarse ciega y negarse a que su gran amor se de cuenta, han conseguido llegar hasta la médula del hueso de la cultura popular gay. Eso sí, si para interpretar a la Holly Golightly de Desayuno con diamantes, se va vestida de Hubert de Givenchy, como hizo la Hepburn (supuestamente lesbiana en su última biografía no autorizada), pues muchísimo mejor. De hecho, la diva tiene estilo hasta cuando, por avatares del destino, se queda en harapos (de diseño, por supuesto). En muchos casos, adopta además, un rol fuerte, casi masculino, que la hace dueña de su destino. Así, la diva sufre y es marginada, porque no se ha resignado a ceder ante una sociedad que la quería sumisa y apocada. “Han hecho falta muchos hombres para que llegue a llamarme Shangay Lilí”, respuesta de Marlene Dietrich en El Expreso de Shangay, al ser interrogada sobre la posible existencia de un señor Lily, y que es buena prueba de ello.
En otros caos, se muestra, con su descaro, cual maestra de la heroína, candida y virginal, como Mae West que responde “el cielo no ha tenido nada que ver con esto”, ante la exclamación de su pupila de “¡cielos que joyas!”. En algunas, encarna a una taimada y ambiciosa manipuladora que no dudará en pisar cuantas cabezas sean necesarias para conseguir sus objetivos, como Joan Collins en Tierra de Faraones, aunque al final, la sociedad moralizante le aplique su ¿justo? castigo. Judy Garland, en otro registro, se convirtió en abanderada de la causa gay, cuando se trasladó a ese mundo del arco iris que era Oz, con sus coletas de niña (aunque ya era peludita cuando hizo el papel), sus zapatos púrpura y poniendo, por vez primera voz al Over The Rainbow, himno oficioso del colectivo. Ser chica Almodóvar también ayuda mucho, como en los casos de Marisa Paredes, Loles León, Carmen Maura o la última
MUJERES CON UN PAR DE…
Fuera de la pantalla, la diva no es adorada por la mujer que es, sino por el personaje que representa en su vida social pública. En esta, la diva desconoce adjetivos como discreción y modestia. Como personaje fascinante que es, ha de mantener el reto de estar siempre perfecta (¡uy! como Jose Toledo…), dispuesta para el flash. Ella, además, no sigue las modas…¡las crea!. De esta manera, se reinventa a si misma, logrando estar siempre en el candelero (yo lo he dicho bien, que no soy la Mazagatos) ya que los segundos puestos podrían relegarla al olvido. Muestras de divas incombustibles al paso del tiempo son Madonna, Cher o Alaska. Otras se han mantenido como estampas inamovibles de la estética camp como Barbara Streisand, Debbie Reynolds o como símbolos vivos de mujeres físicamente imposibles, reinas del más agresivo sexo, como el caso de Mamie van Doren o Betty Page.
Algunas más, han logrado el estatus de diva, al extrapolar el personaje a su vida real. Los casos de Ava Gardner, capaz de beberse en una noche de vino y rosas en Chicote, hasta un vaso (largo) de aguarrás de pintor, o de Marilyn Monroe, cuya trágica vida la conecta con la no menos trágica existencia del gay perdido en un minúsculo pueblo de la sierra toledana, son un buen ejemplo. En este apartado, han entrado en los últimos tiempos y por méritos propios, algunas de nuestras folclóricas. Y otras, como Doris Day y Liz Taylor por su amistad con Rock Hudson o abanderar los derechos GLTB. Existen además, las meramente fantásticas; personajes del cómic o la literatura, como Valentina de Hugo Crepax, Wonder Woman, Cat Woman y un sinfín de ilustradoras de sueños que rozan el sadomasoquismo.
Según algunos estudiosos (porque hay gente para todo) la diva gay es una prolongación de la Diosa Madre y como ella es la representación de la belleza, el amor, la creación y también la destrucción. Tal vez sea porque la madre es la persona (y la mujer) más importante en la vida de buena parte de la comunidad GLTB. Sea como fuere, la diva se pone al mundo por montera, convirtiéndose en esa mujer sublimada, imposible, inalcanzable, mejor representada por los transformistas y, sobre todo, por las drag queens, que por la fémina de a pie. Y como esta, al fin y al cabo, no acaba de ser real, es mejor no conocerla, ya que viéndola, tal vez con un atisbo de humanidad, se destrozaría su hechizo.
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